jueves, 15 de mayo de 2008

Cuenta la leyenda que el padre de Maimónides soñó que tendría un hijo con una carnicera. Efectivamente así fue. Nació Maimónides, niño díscolo y con escasa inquietud por el estudio al principio. Un día marchó de casa y fue a parar a la Sinagoga de un ciudad vecina a Córdoba. Allí quedó dormido, no se sabe, o no he podido averiguar, qué soñó, pero lo importante fue que al despertar sintió una gran predrisposición al estudio. Marchó a la ciudad de Lucena, conocida por ser un centro intelectual de primer orden en la Andalucía de la época. Allí tuvo parte de su preparación.

El Sueño de Maimónides le llevó a Lucena. A mí, en parte, también.

He tenido siempre como referente fundamental de mi escritura la Ciudad. Las ciudades son una metáfora muy precisa de las sociedades que las habitan. Las ciudades, a veces, dicen mucho más de sus habitantes que lo que ellos mismo son capaces o se atreven a decir de sí mismos. Pero, de un tiempo a esta parte, mis ciudades de referencia han cambiado. Me he mudado de ciudad, pero lo más bonito de esta mudanza es que he vuelto al sitio del que simpre fui: Lucena.

Maimónides o Rambam ha tenido mucho que ver en este mudar de mis inquietudes. A él le debo un frase que cambió mi forma de entender las ciudades como espacios públicos por habitar. En ella define las ciudades como "una serie de patios y callejuelas".

Las ciudades en las que yo pensaba con anterioridad eran drásticamente diferentes. En ellas no había patios, había plazas, enormes plazas. Tampoco había callejuelas, había avenidas.

Maimónides desde una definición tan sencilla pero evocadora de la ciudad, me remitió a una ciudad mucho más sensual, más íntima, más personal. Una ciudad en la cual los espacios públicos no priman a la visibilidad y la multitudes.

Maimónides tuvo un sueño, y éste le llevó a Lucena. Maimónides me ha traido, de nuevo, a Lucena, a sus calles estrechas.